domingo, 15 de septiembre de 2013

Tal vez, ya puedo hablar de tu muerte







Aún no contabilizo el tiempo, me duele, me pesa, como si la simple acción de cuantificar anquilosara los recuerdos.

Te extraño y no es que nunca te hubiese extrañado, sin embargo, antes, te sentía latente mas no ausente.  ¿En dónde estarás? Me pregunto a menudo, ¿qué es de ti, tendrás con qué alimentarte, alguien te arropa porque sabemos que eres friolenta, aún  tejes?

¡Qué duro y difícil es desprenderse y olvidar! ¡Qué duro es saber qué jamás tendré respuesta de ti!

Pienso en el tiempo que pudimos departir, lo acorazo, a veces, como esta noche lo recuerdo, lo poco que puedo si es que no me ataca el llanto y el dolor. 

La señora que nos limpia la casa me dijo el día que partiste que la vida era curiosa, yo la miré extrañada, pues no estaba para bromas, pero en el fondo tuvo razón, dijo: "¡Ay niña cómo es la vida, su abuela la recibió al nacer y le cambiaba los pañales, ahora a usted le toca cambiar pañales y despedir a quién la recibió en este mundo!"

No supe que decir, sólo lloré por nosotras, por ti, por todo. 

La verdad es que yo te iba a llevar con el doctor y a un hospital, pero me dijeron que no había esperanza, que lo tuyo ya era el tiempo de la agonía. Sinceramente, no lo creí, quise cargarte y salir contigo por medicina para tener más tiempo juntas, pero fue inútil, no me dejaron, permití que me convencieran que era mejor que tu deceso fuera en casa.

En serio que no les creí nada hasta que comprobé que ya no me mirabas accedí a dejarte reposar, el tiempo que tu quisieras con tal de no perturbarte, sé que odiabas los hospitales. 
También llegué tarde al trabajo, pero no importa, pudimos estar una (últimas) horas más juntas, sé que me escuchabas, lo sé porque apretaste mi mano. Regresé por la noche y entonces ya ta habías marchado. 
Tampoco lo creí, no era verdad tu seguías en la cama, con la ropa que te puse en la mañana, te combiné tu vestido con las calcetas, te peiné, te perfumé, tenías que estar aquí.

Fui a tu cama y te miré, no supe qué hacer o decir, uno de tus hijos puso vinagre con cebollas abajo de ti. Llorábamos. Vinieron varias personas, llegaban y no me dejaba estar contigo, entonces tuve desprenderme y empezar a resolver trámites y responder todo tipo de preguntas, en ese momento, imposibles para mi.

El colmo fue cuando alguien me dijo si deseaba que te combinara la ropa y qué si te maquillábamos  ¿acaso no se percataban de mi dolor? ¿Acaso no se daba cuenta que un pedazo de mi se iba contigo?

Más tarde se llevaron tu cuerpo, eso me destrozó, te miré tan frágil quise protegerte como tu lo hacías cuando yo era una niña, pero me detuvieron y te llevaron. Entonces comprendí que a partir de ese momento jamás nos volveríamos a ver, ni tocar, ni abrazar, que ya no habría más historias que contar, que todo acababa en ese preciso instante en que unos desconocidos te llevarían a un lugar extraño y no volverías jamás.

Te había perdido para siempre, así en unas horas toda nuestra historia se acababa. Pensaba tantas cosas en fracciones de tiempo como: que jamás he tenido un hijo y nunca lo conocerías, que jamás fuimos juntas al mar, que nunca me esmeré por aprender y heredar tus conocimientos de tejido y costura, que ya nunca regresamos a Coyoacán a recuperar tu casa, así tan simple unos fulanos te montaban en unos plásticos y metales para llevarte lejos, sin retorno.

Aún me atormentan muchas cuestiones de ausencia, te extraño, hay días que la vida se torna difícil y me haces falta, pero creo que tal vez, ya puedo hablar de tu muerte.


C- Print por Fernándo Baliño, 6 de 11, Uruguay.