domingo, 11 de julio de 2010

El día que el dios N invadió la Tierra























A Iván Guerrero.
A las sombras de la noche.

Creíamos ser felices hasta que un día nos dimos cuenta de nuestra desgracia.

Entonces, él llegó para guiarnos, nos enseñó la luz opuesta a nuestra muerte, nos convenció y decidimos seguirlo hasta el final.

Cruzamos cuevas y mares, teníamos hambre, pero estábamos conscientes de este cambio, por eso nadie se quejó.

Todo era silencio, sólo silbaba el viento, seguíamos de pie, sangrando, llorando, desollándonos para lavar lo malo y dejar puro el cuerpo. Ofrendamos nuestra sangre y él dijo: sólo así se va lo pernicioso y abre el tránsito a lo bueno.

Nadie se quejó. Quemamos nuestras pieles, nos dolía ver el pasado allí tirado, aplastado, unos cuantos se arrepintieron y como un jaguar hambriento quisieron regresar. Entonces entraron al fuego intentando salvar su valiosa herencia. Fue muy tarde todo se había quemado.

Recordé que allí, en esos escombros se quedó todo lo que ERA, también quise regresar, ya sólo eran cenizas.

La ira me invadió, lo miré, le grité exigiendo que me devolviera lo que era, sólo se rió, murmurando mi desgracia.

Un helor me recorría el cuerpo, él vino y me abrazó, me dio de comer y me arrulló toda la noche. No recuerdo la hora en la que dejé de llorar y dormí.

Al amanecer ya todo era paz, todo era luz. Busqué a los demás, corrimos hacia el sur y encontramos una construcción tan nítida como el cristal.

Cantamos de regocijo, nos abrazamos de contener tanta felicidad.

No sé por cuanto tiempo celebré, pero aún experimento la certeza de amar esto que decidimos nombrar casa.

Imagen del Códice Dresde.
Historia inspirada en el dios N de dicho códice.

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