Las historias sólo les suceden a aquellas personas que pueden contarlas.
Así, habiendo examinado las variantes ya mencionadas a la hora de contar mi historia, prefiero y elijo y pongo en práctica una opción intermedia: tener muy claro cómo fue que me hice esta cicatriz para así ganarme el derecho y el privilegio de pensar en ella por última vez o, por lo menos, por un largo tiempo antes de olvidarla.Ser perfectamente consciente que no se volverá a recordarla y, por lo tanto, permitirse el atrevimiento de contemplarla como nada más que una cicatriz y no como la historia de una cicatriz.
No creo ser del todo claro y no me interesa serlo. Insisto: la lucidez absoluta cuando se pretende apreciar el curso y la velocidad con que se mueven las cosas de una vida -sobre todo si se trata de la vida de un hijo de puta- es un don raro y, por lo tanto, peligroso.
Rodrigo Fresán, La velocidad de las cosas, Tusquets, 1998.
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