martes, 20 de septiembre de 2011

La vida tiene que seguir y nada más que seguir...



























Algunos atardeceres en Canciones Tristes son exactamente así: un lento y al mismo tiempo breve destello de verdes, la vibración del horizonte en éxtasis, las primeras aristas del frío y esa sensación de que entender lo que ocurre o deja de ocurrir no tiene por qué ser una agobiante responsabilidad sino, por el contrario, el más liviano y merecido de los dones. Es ahí cuando, a veces, se accede a un momento mágico e irrepetible en el que un hombre tiene la buena fortuna de aceptar que, después de todo, el pasado no esconde ninguna reveladora explicación y por lo tanto la vida tiene que seguir y nada más que seguir y eso es todo. Se comprende entonces que ninguna historia privada -ningún pretérito perfecto o imperfecto- puede revelar demasiado los actos de una persona. Se entiende que no hace falta entender para entender. Lo que me lleva a mi recientemente descubrimiento cansancio para con las caminatas en reversa y los flashbacks en blanco y negro. Si me lo preguntan, el pasado -lo mismo ocurre con el futuro- está decididamente sobrevalorado, y nada me gustaría más que todo esto no fuera considerado el desenlace sino, por el contrario, el prolijo y sólido enlace en la desordenada novela de mi vida. El punto exacto donde, finalmente, todo parece haber tenido alguna razón de ser y donde no hace falta cortarse una oreja para descubrir que, de hacerlo, todo se escucharía más fuerte y todo será más ensordecedor.





Digital chromogenic print by: Paolo Ventura, Automaton #15, Italia, 2011.
Fragmento de: Fresán Rodrigo, La velocidad de las cosas, Tusquets, Buenos Aires, 1998.

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